Un jarrón con flores
- Nacho Lorenzo
- 10 may
- 2 Min. de lectura

Era un jarrón precioso, no digo que no, pero Neigel no dejaba de mirarlo, empezaba a ponerme nervioso. Sobre todo, porque no pintaba nada en una piscina. Lo seguía mirando: un jarrón color maceta sujetando unas flores amarillas, descansando junto al puesto del socorrista. Era un intruso, pegaba tanto en aquella piscina como un cosplayer de Shrek en una misa del Opus. El propietario era un caso aparte.
—Hola, soy un carnicero divorciado.
Vale, no dijo eso, perdón.
—¿Le gusta?
Hablaba con Neigel, se refería al jarrón.
—¿Se refiere al jarrón?
—Sí, es mío. Lo he fabricado yo. Con mis rudas manos de carnicero divorciado.
Eso último tampoco lo dijo.
—¿Las flores también?
—¿También qué?
—¿También son suyas?
—Así es.
—Entonces, ¿también las ha fabricado?
—¿Me está tomando el pelo?
Neigel le estaba tomando el pelo.
—¡No, hombre!
Era calvo. Casi suelto una carcajada.
—¿Lo quiere?
—¿El jarrón y las flores?
—Así es.
—¿Por cuánto?
—Veinte.
—¿Veinte? Eso son muchas mamadas.
—¿Usted es imbécil?
Neigel era, y es, imbécil.
—No, soy Neigel.
— Ah.
Se dieron la mano cordialmente.
—Yo soy Flo.
—Encantado. Soy Jorse.
Nos dimos la mano cordialmente.
—Mi abuelo se llama Jorse.
Como es natural, el abuelo de Neigel en realidad se llamaba Fernando, pero como estaba tratando de comprar un jarrón con flores por menos de veinte mamadas, pensó que sería buena idea mancillar el buen nombre de su abuelo, que en paz descanse.
—Qué curioso.
—A todo esto, ¿qué hace aquí?
—¿Yo? No lo sé.
—No, idiota —Neigel no le llamó “idiota”— El jarrón.
—Ah, eso. El jarrón.
—Exacto. El jarrón.
—Son flores para mi exmujer.
—Qué bonito.
—Se llama Amandafanía.
Yo le oí “anal afonía” y eyecté la risa hacia el jarrón, dejando una babilla tímida en las flores. Me miraron. Ellos, no las flores.
—¿Se encuentra bien?
—Está bien —me cubrió Neigel—. A veces, Flo tiene ataques.
—Entiendo.
Entonces, un silencio incómodo. Y después, algo curiosísimo:—Perdone —comenzó Jorse—, pero... ¿está saliendo con mi abuela?
Neigel le miró largo y tendido, serio como un monje. Parecía recién llegado de la guerra. Jorse se disculpó:
—Lo siento, amigo... Verá, el otro día estaba acabando mi turno, ya sabe, en la carnicería, lo normal. Resulta que vi, lo juro por Dios, a mi abuela besando a alguien idéntico a usted. ¡Y no solo eso! Ya salían ellos del pasillo de las patatas de bolsa cuando vi a mi exmujer saludarles y charlar con ellos. ¡Mi exmujer!
Siguió delirando un rato sobre cómo creía que habían cremado a su abuela pero que ahora suponía que sería un sueño y otras tantas cosas nimias. Se marchó todavía hablando solo. Neigel me cogió del brazo y agarró el jarrón.
—Vámonos de aquí. Tengo que cortar con Josefina.
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