LA ISLA DE LA HIPOCRESÍA
Raquel Martín Sanz

Es un laboratorio. Un experimento abierto a los ojos de quien quiera que tenga televisión. El tema te puede gustar más o menos, te puede interesar o te puede parecer una pérdida de tiempo y dinero. Pero vistas las circunstancias y que el programa este año se está haciendo conocido a nivel mundial, ¿cómo no indagar? Estamos ante un programa en el que, aún sin tener una visión completa de cómo era la relación previa de los concursantes, enseña más que suficiente como para que cualquiera con dos dedos de frente pueda reconocer comportamientos tóxicos y moralmente cuestionables. El centro del experimento son las parejas, los concursantes. Vemos cómo hablan el uno del otro a sus espaldas, los límites que se ponen y que marcan como “imperdonables” (aunque luego algunos los saltan como si jugaran a la comba), cómo se comportan al separarse durante días sin verse ni poder hablarse, los objetos que llevan el uno del otro (collares, pulseras, peluches, etc),y como se van desprendiendo de ellos según cuánto les afecta lo que ocurre. Por no decir las reacciones que presentan al ver las imágenes de su media naranja en las fiestas (correr por la playa como si te hubiera poseído Forrest Gump). Los participantes están rodeados de gente que literalmente cobra para conseguir que “se dejen llevar”, que sean egoístas, que no piensen, y lleguen inevitablemente a romper la relación... “Es una prueba de amor muy dura”. Una prueba muy dura, sí. Pero, ¿de verdad es una prueba de amor? ¿O es más bien una prueba de moral, de lealtad y de autocontrol? Parece un Edén paródico cuyo eslogan viene a decir: “Lo mío es sentimiento, conexión real, y lo suyo es solo ‘guarreo’.” En mayúsculas y con luces neón. Frase que se repite tanto que el espectador podría pensar que ese es el verdadero nombre del programa. Hipocresía, dependencia, venganza, egoísmo, resentimiento. Vulnerabilidad, confianza, autoestima, respeto. Lo dicho, es un laboratorio para los amantes del análisis psicológico y también para los que simplemente adoran enterarse del drama ajeno. Cada puerta de Villa Montaña y Villa Playa tiene marcada la palabra “HIPOCRESÍA”, que reluce con un brillo tóxico y fluorescente. Me atrevería a decir que la audiencia forma parte de un experimento mayor aún. Las pruebas televisadas te llevan a comparar lo que ves con las relaciones que coexisten a tu alrededor. Te sientes en el derecho de ser un juez absoluto en la vida y relación de otras personas que no conoces de nada. Las dinámicas de esta temporada y las problemáticas han formado múltiples debates en redes, llevando a cada uno a dejar opiniones diferentes sobre qué es tener una pareja. Pero sobre todo, qué es ser buena pareja. Una cosa es segura: Si quieres un modelo a seguir para tu relación, no lo busques en La Isla de las Tentaciones. Es más, tómalo como un manual paso por paso de cosas que no debes hacerle al amor de tu vida.
LOS PUEBLOS QUE FUERON DESTROZADOS, ESTÁN CONDENADOS A REPETIRLO
Patricia Velázquez
ABORTO CREATIVO
Nick Cairoli

Parece que el arte nunca nos ha pertenecido. Siempre ha habido una norma, una ley, un código moral que ha pretendido destruir el que no se ciña a los más estrictos parámetros. Si bien todo esto nos suena a viejo, a un triste cuento de guerra y censura, esta realidad no está tan alejada. Nuestra maravillosa era de la digitalización y la libertad y el arte sin límites también se ve fuertemente condicionada por el exterior. ¿Qué pasa sino con esos libros que el señor Trump quiere retirar de bibliotecas? ¿Puede a día de hoy arrebatarnos eso? Los nazis también se empeñaron en quemar y destruir todo lo que se escapaba de su control, y aun así el arte ha pervivido. En una época como la nuestra, una censura a ese nivel es prácticamente impensable. No, no hay que preocuparse de la censura externa. Siempre encontramos una maña para librarnos de ella. Pero me temo que hay un mal mayor, uno que sí nos pone en peligro. ¿Qué pasa cuando el arte no nace? O mejor dicho, ¿qué pasa si nace muerto? Existe un curioso fenómeno en el que ni siquiera hace falta un censurador que eche al fuego un libro o que corte con tijeras escenas de un rollo de película. El artista está tan adoctrinado en sus miedos que cuando surge una idea que los desafía, la mata. Son proyectos que nunca saldrán de sus labios, que nunca tocarán el lienzo, que nunca serán escuchados por nadie. ¿Por qué tenemos miedo de materializar nuestro arte? Nos tiembla el pulso ante la polémica. Ante una acusación de machismo, xenofobia, cualquier atrocidad humana que cometan unas letras sobre el papel, decidimos destruir la trama, renunciar a la sustancia, defenestrar las ideas. No importa si es mera ficción, no importa si en verdad todo aquello no nos representa. Preferimos ahorrarnos los proyectiles de personas sin una mirada crítica que nos juzgan como a nuestros monstruosos personajes. El arte es el que es y se formula como se formula. Mutilarlo no hace más que arrasar con él. La brutalidad existe y tiene un límite, pero ni siquiera nos plantamos sacarla de nuestra mente para probar y medirla si creemos que puede causar un mínimo de escándalo. La censura muere con el censurador. El arte es paciente y espera para resurgir incluso después de siglos olvidado. Pero la diferencia en ese caso es clara: sigue respirando. Dejemos que tome forma y que nos lleve con los ojos vendados. Él sabe a dónde ir. No lo arranquemos nada más eche raíces en nuestra imaginación. No necesita que su creador sea también su verdugo.

Todos, o casi todos, conocimos la historia de Ana Frank, una de las historias más populares entre los seis millones de judíos que murieron en el Holocausto. Su diario fue el primer contacto que muchas personas tienen con el intento de la Alemania nazi de asesinar a todos los judíos de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Los pueblos que fueron derrotados ahora están condenados a repetirlo, ya que están haciendo algo parecido en la guerra de Gaza. Las guerras siempre han sido una constante en las sociedades, hace más de 10.000 años empezaron las primeras y hasta la actualidad sigue habiendo en abundancia. Se estima que un bando logra la victoria cuando su adversario se ha rendido, ha huido, se ha vuelto militarmente ineficaz o se ha firmado un acuerdo. El ser humano siempre ha buscado el mandato y el poder. Ya que este solo sabe defenderse con ataques que conllevan fraudes o muertes de personas inocentes, siempre se puede discutir con palabras o hacer una simple manifestación pero llegar a cosas como matar o torturar son circunstancias demasiado extremas. Siempre hemos estado rodeados de guerras, ya sean civiles, mundiales o extranjeras. La segunda guerra mundial comenzó con algo tan tonto, invadir Polonia, pero al final hubo entre 55 y 60 millones de personas fallecidas. Terminó siendo el mayor conflicto armado de la historia de la humanidad. Aun habiéndola estudiado, todavía seguimos luchando entre nosotros. Actualmente Ucrania, Gaza, Sudán, Etiopía, Afganistán, Siria, República Democrática del Congo, Colombia... Y más de 56 conflictos activos en el mundo, la mayor cantidad desde la Segunda Guerra Mundial. Parece que el ser humano no aprende de sus errores, siempre tropezamos con la misma piedra. Una vez el filósofo Thomas Hobbes dijo "el ser humano es malo por naturaleza" de modo que para poder convivir se necesita un poder absoluto, una ley autoritaria que controle el impulso agresivo que surge de la motivación egoísta de todos los seres.