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ALFIL

  • Lucyna Kasprzak
  • 27 dic 2024
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 15 feb



Alfil a c4. Miré perezosamente a dónde tenía que ir, la Reina Negra estaba allí. ¿Otra vez?, pensé y me moví lentamente. Miré a la Reina y le di un empujoncito. Normalmente tendría que sacar mi espada y matarla, pero no tenía las ganas necesarias, ni tenía la espada. 

Me senté en la casilla y me puse a observar. 

Ni me di cuenta cuándo vino una torre negra a mi lado.

 —Hola —dijo.

Me pareció raro, normalmente nadie habla durante la partida.

—Hola —murmuré.

—Soy Tare, ¿y tú? 

Parecía que no le importara nada la partida, igual que a mí. Pensaba que solo era problema mío.

—Aithla —contesté y fijé mis ojos en él. Parecía tener mi edad, era alto, como todas las torres y aunque tenía una voz alegre, no sonreía. —Sabes que estás en mi territorio, y seguramente me dirán que te mate…

—Lo sé —me cortó.

Ni rastro de emoción en lo que decía. No me dio tiempo a contestar. Me dieron la orden de matarle. Le di un empujoncito y se fue. 

Tenía razón. Un caballo venía hacia mí. Sentí como me caía. Y cómo traspasaba el tablero de ajedrez.

Unos minutos después me desperté en un cuarto oscuro y húmedo, donde estaban todos los “muertos”. Saldríamos de allí en cuanto se acabase la partida. 

Miré a mí alrededor buscando a Tare. Quería hablar con él, pero no estaba allí. 

—¡Aithla!

Era Tipa, una sabelotodo.

—Hola Tipa… ¿Has visto a una torre negra? Se llama Tare.

—¿Tare? No, las torres de los neg…

Me fui. Todos piensan que soy desagradable, ¿a lo mejor tienen razón? Estaba harta.  ¿A lo mejor podía irme para siempre? Sonreí al pensarlo y decidí escaparme.

Salí silenciosamente del cuarto, para que no me echaran la bronca. 

El aire fresco me golpeó en la cara. Giré la cabeza para ver. El gran tablero de ajedrez, desde abajo, parecía mucho más grande. Nunca pensé por qué jugamos una y otra vez, y por qué nos movemos a unas casillas concretas. Salí corriendo durante un tiempo. Por fin, estaba feliz. 

La sabelotodo, Tipa, una vez me dijo que había más tableros de ajedrez. Puedo buscar a Tare en alguno de ellos. 

Me di cuenta de que algo estaba mal, oía algo, como un montón de pasitos pequeñitos. En cuestión de segundos me rodearon unas fichas raras. Algunas eran blancas, otras negras y eran muy bajitas y planas. Hablaban en un idioma raro. Intenté pasar por encima de ellas, pero sacaron unas pequeñas armas. Antes de que pasara algo, vi que venía alguien. ¡Era Tare! 

Empezó a hablarles en ese idioma raro. Los pequeñajos se fueron y yo me fijé en él. No era una torre. No era un caballo. Era nadie. 

Le miré sorprendida con cara escéptica. 

—¿Tare?

—Hola —dijo, como si nada hubiera pasado. Estuvimos así durante unos minutos. Mirándonos sin decir nada. Me parece que se dio cuenta.

—No soy una torre, y tú no deberías estar aquí.

Me enfadé, no me gusta cuando me dicen qué puedo y qué no puedo hacer.

—¡Me da igual dónde debo estar! —grité e intenté irme, pero él me cogió por el hombro. No me enfadé. 

—Ven conmigo, y no te cabrees más.

Me llevaba por sitios muy raros. En unos el suelo era de madera oscura, en otros había una tela blanca y un montón de plantas y paredes de arcilla. 

—Aquí estamos.

Entramos a una de esas paredes de arcilla, que tenía un agujero. El interior era bastante agradable. Me sorprendió ver trajes de todas las figuras de ajedrez. Cabezas de caballos blancos, torres negras, y mucho más.

—Pero… pero ¡¿cómo?!

—Un hobby.

—¡¿Tu hobby es matar figuras?¡ ¡¿Matar así, de verdad!?

Echó una carcajada sarcásticamente.

—Mi hobby es jugar al ajedrez —dijo, un poco molesto. —Mi tablero de ajedrez ha sido destruido y casi todos mis amigos han muerto. Desde ese momento juego en otros tableros intercambiándome con los jugadores, me pongo los trajes de una figura concreta y ya. Cuando te conocí, estaba jugando en el lugar de Turus.

Posé mis ojos en él y me dio pena. 

—Tiene que ser duro…

Intenté salvar la situación, pero él sonrió irónicamente.

—Da igual, de todos modos, debes volver, te necesitan.

—Nos veremos más veces, ¿no?

—Te voy a esperar después de cada juego, solo tendrás que volver y salir cuando acabes, ¿vale?

Asentí tristemente. No quería regresar, pero era verdad, si yo desaparecía, iba a haber solamente un alfil. 

Volvimos al tablero. Cuando llegamos le di un abrazo a Tare. Normalmente no le daba abrazos a nadie, pero esto era una excepción.

—Nos vemos mañana…  Adiós…

—Estaré aquí mañana. Te lo prometo.

Entré al cuarto de los muertos, por primera vez, feliz de que al día siguiente iba a jugar otra vez.


Lucyna Kasprzak.



 
 
 

1 Comment


David Ruiz
David Ruiz
Jan 20

Sofisticado. Onírico. Veo, y es algo muy personal y subjetivo, reminiscencias, quizás inconscientes, de la obra Marina, de Ruiz Zafón, y del imaginario de Lewis Carroll. Sumamente original.

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